La búsqueda en el siglo XXI

«La fe religiosa supone un mal uso tan intransigente del poder de nuestra mente que es como una especie de perverso agujero negro cultural, con una frontera más allá de la cual se vuelve imposible cualquier discurso racional». Sam Harris, citado en  «¿Modernizar el islam? Apuntes críticos en torno al Estado multiconfesional», de José María Agüera Lorente. 

«La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es el misterio. Es la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia. El que no la conozca y no pueda asombrarse ni maravillarse, está como muerto, con los ojos apagados». Alber Einstein, tomado de «Educación y cambio ecosocial», de Rafael Díaz Salazar

Se diría que la religión ya no entusiasma salvo para montar polémicas tan vacuas como interesadas. En época de elecciones, acordarse de la Iglesia sirve para diferenciarse, para movilizar el voto, para enseñorear los más sólidos principios, a falta de mejores argumentos y logros que mostrar.

Por lo general, el gran debate entre ciencia y religión, es decir, sobre el acceso a la verdad última de la existencia, no tiene apenas espacio. La comodidad intelectual, el utilitarismo pragmático y el miedo a los errores pasados (hay que reconocerlo) ha llevado a la civilización actual a declarar la superioridad de la tecnociencia sobre la religión, y a preferir la resignación a afrontar la posibilidad de que nuestras certidumbres racionalistas no superen el más mínimo escrutinio.

Se confrontan ciencia y religión para decretar la victoria a la primera y ahí se cierra la discusión. Sin embargo, no hay tal dilema cuando se entiende que ambas son dos vías de acercamiento, cada una con su propia autonomía cognoscitiva, con métodos y criterios diferentes,  a la verdad, y que al final se necesitan mutuamente. Ambas esferas del conocimiento necesitan poner en marcha la razón para no errar en su propósito. «Si no se respeta la razón, no se honra a Dios», que dice Javier María Prades en una conversación con Juan José Gómez Cadenas, publicada por Jot Down. En el diálogo añade el teólogo: «Es decisivo reconocer a la ciencia, pero también a la filosofía y a la teología, la confianza sobre la capacidad de la razón humana para revelarnos cosas verdaderas».

Rehuir el dialogo entre ciencia y religión es privarnos de un ejercicio intelectual y una experiencia comprometedora  que, lejos de ser un lujo o un artificio incómodo, intenta responder a la necesidad humana de equilibrio, sentido y trascendencia. Se pierde uno de los estímulos más grandes que ha movido a las personas de todos los tiempos a querer conocerse mejor a sí mismos, a  practicar la tolerancia, a convivir con las diferencias y a desarrollar el pensamiento crítico original ante tantas ideas preconcebidas y precocinadas por poderosos «think thank» o simplemente adulteradas por las megacorporaciones.

Afortunadamente varias obras publicadas recientemente por la editorial PPC pretenden estimular el debate y la reflexión en torno al papel de la religión en el siglo XXI. Dos aguijones en la conciencia son los libros de Heleño Saña y de Rafael Díaz-Salazar, por ejemplo.

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El pensador afincado en Alemania realiza una lectura de la crisis actual, armado de su saber clásico y su crítica de las utopías revolucionarias, tan pertinente que, si la suerte editorial le acompaña, nos encontramos ante una obra de obligada referencia para quienes de verdad quieran conocerse mejor a sí mismos y comprometerse de verdad con la transformación social.

Al más puro estilo de los grandes filósofos, Saña nos regala la clave del malestar social que nos acompaña: «Es este olvido de sus raíces ónticas más profundas lo que ha alejado al hombre de la senda de la verdad y el bien y convertido en una triste caricatura de lo que en principio podría ser. Confinado en las urbes estériles y deshumanizadas en que habita, el hombre ha perdido el hábito de soñar  y anhelar lo infinito».

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Nuestro admirado y querido profesor de Sociología nos ha regalado un libro descomunal, con una ambición enciclópedica. Todo un programa de educación para promover la conversión ecosocial que vale para justificar su trayectoria académica. En este libro colosal está volcado el profundo conocimiento de nuestra amigo Díaz-Salazar (reseñado próximamente en Noticias Obreras) pero también su rica experiencia y sincera preocupación por el devenir del mundo. De ahí que nos recuerde que «la educación ha de ser la piedra angular de la transición a una civilización poscapitalista, y en este proceso la formación antropológica de subjetividad humana ecosocial es fundamental».