Asaltar los cielos con los pies en el barro

Queridos lectores y lectoras:

Me asomo con temor y temblor a esta novedosa vía de comunicación con la esperanza de encontrar nuevas y viejas amistades con las que mantener una conversación cordial, no exenta de discrepancias cuando las haya, en torno a los contenidos que desde Publicaciones de la HOAC ofrecemos a las familias trabajadoras, los jóvenes inconformistas, los intelectuales inquietos, los espíritus que buscan y todas aquellas personas sensibles y comprometidas con la construcción de un mundo mejor para todos y todas.

Confío en que la charla sea gratificante y estimulante, porque tenemos mucho de qué hablar y necesitamos del diálogo, no como impostura calculada, sino como herramienta básica para entendernos, para acercarnos y sobre todo para contagiarnos de la necesaria alegría para recorrer bien dispuestos el camino. Mi confianza no es vana, afortunadamente sé que no estaré solo y que comienzo la andadura pertrechado de la mejor manera: orientado por las huellas de los que me han precedido y alentado por tantos peregrinos que marchan junto a mí. Gustave Kiansumba

Gustave Kiasumba es uno de esos corazones capaces de borrar la fatiga del caminante. Leí ayer que la fundación creada en memoria de todo un referente del diálogo sin concesiones y de la lucha por la justicia, como fue Alfons Comín, ha concedido uno de sus premios a este congoleño que entrevistamos para Noticias Obreras, hace más de un año. Como suele decirse, el fallo del jurado no pudo haber sido más acertado.

También me he topado con los ecos del gran trabajo realizado por el Instituto de la Familia de la Universidad de Comillas y la ONG «Save the Children» sobre «El Gallinero», que me hablan del Fernando Vidal ocupado que no pudo atender la última petición que esta editorial le lanzó, del incombustible Bily que nos llevó, un gélido domingo de invierno, a Esther y a mí, a compartir una inolvidable eucaristía, en aquella iglesia indomable que se alza en medio de la miseria, el dolor y la indiferencia. No puedo más que admirar el esfuerzo de tantos amigos que andan por esos lares y que siguen empeñados en mostrar lo que no queremos ver. Lo cual me devuelve a la tarea diaria: mostrar el barro que desluce nuestras confortables seguridades, esa misma tierra que conserva el abono adecuado para que germinen las semillas de nuestras esperanzas. No tengo dudas de que no asaltaremos el cielo sin antes mancharnos los pies de barro. Aquí tienen a un servidor dispuesto a ensuciarse los zapatos con su compañía.

Hasta mañana en el barro.